John Constantine terminó en la calle. Literalmente. Su amigo Chas lo echó de su casa después de referirse a su esposa como vieja bruja, en medio de una inmensa borrachera cuando lo dejó su novia Kit, después de los hechos sucedidos durante Miedo y Odio. Es el tipo de cosas que uno hace borracho, y es el tipo de motivos que a uno le impiden dejar el alcohol completamente. Ya lo decía Hunter S. Thomson, Odio recomendarle las drogas, el alcohol, la violencia o la demencia a cualquiera, pero siempre han funcionado para mí. Así pues, John Constantine es otro indigente vagando por las calles londinenses, rogando un poco de conmiseración y monedas para poder comprar alcohol con el cual ahogar las pocas neuronas que le quedan sobrias. Simultáneamente, el rey de los vampiros y dos de sus esbirros hacen de las suyas dejando una estela de sangre y muerte en la ciudad, y al finalizar una jornada de sexo y sangre, el rey vampiro se tropieza con Constantine, quien comparte un colchón maloliente con un joven enfermo de SIDA que se prostituye para poder comer. El rey vampiro le ofrece a Constantine la inmortalidad, este declina tan baja oferta y se enfrenta a la muerte. Solo que vuelve a salirse con la suya. Amor sucio es un relato casi Lovecraftiano, que le cuenta Constantine a otro vagabundo a cambio de unos tragos de whisky con que pasar la noche. Sexo, magia y horror en una sola historia.
Una noche Constantine se topa en la calle con un tipo que intentó abusar de él, a finales de los años 60. Lo sigue a una iglesia, donde el tipo, un gordo cincuentón y calvo con una gran cicatriz en el rostro, implora a Dios que le perdone sus pecados. Constantine reprime el deseo de venganza a cambio de que el tipo le relate su historia, de escuchar su confesión: es un sacerdote retirado el cual, molesto por la irreligiosidad que caracterizó a los 60, decide romper el secreto de confesión para que los padres y las autoridades castiguen a los pocos jóvenes que se le acercan buscando perdón, confesando sus pecados. Hasta que se le aparece el diablo, vistiendo un atuendo muy acorde a la época, y lo obliga a escuchar su confesión. El sacerdote enloquece, reniega de su fe y se dedica a vagar por las carreteras, castigando a los jóvenes con que se cruza. Finalmente se topa con Constantine, quien hace autostop buscando llegar a Londres. El sacerdote resulta herido, es arrestado por la policía y pasa los siguientes 20 años en una clínica siquiátrica. Al final de los cuales sale y se encuentra, nuevamente, con Constantine. Este, entonces, le pide que le cuente la confesión del diablo, y el sacerdote prefiere inmolarse antes de hacerlo. Junto a su cadáver queda una pila de colillas apagadas.
Nuevamente Garth Ennis se encarga de escribir estos dos arcos argumentales. El primero, En el arroyo, Perversión y Amor sucio, retoma un poco del genero de horror, sin alcanzar las cotas logradas por Delano, comparables a las de Moore en Swam thing, pero que logra ser entretenido. Y este aprovecha para criticar la desidia estatal en la atención a los indigentes, otra que no sea la represión policíaca. Confesión nuevamente muestra el singular punto de vista religioso de Ennis, algo brutal y perturbador. El dibujo, a cargo de Dillon, aunque no es espectacular, es perfecto para los sucios relatos de Ennis.
Una noche Constantine se topa en la calle con un tipo que intentó abusar de él, a finales de los años 60. Lo sigue a una iglesia, donde el tipo, un gordo cincuentón y calvo con una gran cicatriz en el rostro, implora a Dios que le perdone sus pecados. Constantine reprime el deseo de venganza a cambio de que el tipo le relate su historia, de escuchar su confesión: es un sacerdote retirado el cual, molesto por la irreligiosidad que caracterizó a los 60, decide romper el secreto de confesión para que los padres y las autoridades castiguen a los pocos jóvenes que se le acercan buscando perdón, confesando sus pecados. Hasta que se le aparece el diablo, vistiendo un atuendo muy acorde a la época, y lo obliga a escuchar su confesión. El sacerdote enloquece, reniega de su fe y se dedica a vagar por las carreteras, castigando a los jóvenes con que se cruza. Finalmente se topa con Constantine, quien hace autostop buscando llegar a Londres. El sacerdote resulta herido, es arrestado por la policía y pasa los siguientes 20 años en una clínica siquiátrica. Al final de los cuales sale y se encuentra, nuevamente, con Constantine. Este, entonces, le pide que le cuente la confesión del diablo, y el sacerdote prefiere inmolarse antes de hacerlo. Junto a su cadáver queda una pila de colillas apagadas.
Nuevamente Garth Ennis se encarga de escribir estos dos arcos argumentales. El primero, En el arroyo, Perversión y Amor sucio, retoma un poco del genero de horror, sin alcanzar las cotas logradas por Delano, comparables a las de Moore en Swam thing, pero que logra ser entretenido. Y este aprovecha para criticar la desidia estatal en la atención a los indigentes, otra que no sea la represión policíaca. Confesión nuevamente muestra el singular punto de vista religioso de Ennis, algo brutal y perturbador. El dibujo, a cargo de Dillon, aunque no es espectacular, es perfecto para los sucios relatos de Ennis.
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