miércoles, marzo 30, 2016

Evolución de Stephen Baxter

“Los humanos están equipados con una percepción subjetiva del peligro y un concepto de lo improbable apropiado para unas criaturas cuya vida no se prolonga más allá de un siglo. Aquellos eventos que se producen con mucha menor frecuencia —como por ejemplo los impactos de asteroides— no se clasifican, en la mente humana, en la categoría de raros, sino en la de imposibles. Pero los impactos se producen a pesar de todo y a una criatura con una esperanza de vida de, digamos, diez millones de años, no le habrían parecido en absoluto improbables”

Si Olaf Stapledon relataba cómo, una y otra vez, los humanos construían civilizaciones para después caer en la decadencia, estar al borde de la extinción y volver a prosperar, Stephen Baxter (spoilers como una casa!!) no es tan optimista. O puede que no tenga que ver con el optimismo sino con el implacable trascurrir de la evolución.  Y ahí les acabo de destripar Evolución, su novela publicada en el año 2003.

Baxter es ingeniero y matemático, aspirante a astronauta y un aclamado escritor de ciencia ficción dura, esa que se considera que tiene coherencia científica y que tiene en cuenta tales conocimientos  en la construcción de sus historias. Es de sobra conocido que Arthur C. Clarke, Stanislaw Lem (nuevamente este par) y, más recientemente, Greg Egan, son respetuosos de los postulados científicos y no se sacan maquinas de tiempo de la manga así porque si.

Volviendo al tema de esta entrada, en Evolución Baxter sigue dos líneas de tiempo: una un par de décadas en el futuro donde se reúnen las mejores mentes de la humanidad a fin de afrontar los efectos del Cambio Climático, y la otra, en el remoto pasado, 65 millones antes de la humanidad cuando Purga, como bautiza a un ejemplar de los mamíferos ovíparos ancestros de los primates, en su andar antes, durante y después del impacto de Cola del Diablo, o Chicxulub, evento de extinción que puso fin a los 166 millones de años de dominio de los dinosaurios y permitió la evolución y el proliferación de los mamíferos en la era siguiente. Y saltando de era en era nos relata el escenario que permitió, condicionó y restringió la evolución de tal ancestro a los primates, a los homínidos, al homo sapiens y sus parientes, “el presente” y de ahí al descendiente lejano del hombre, 500 millones de años en el futuro, habitante del desértico centro de Nueva Panguea. En su epílogo, rinde homenaje a Galápagos de Kurt Voggenut, siendo el libro entero un homenaje, a su vez a, a la opera prima de Stapledon.

Pero, a pesar del tema de una de sus líneas del tiempo, el libro no tiene un propósito ecológico: al final será la evolución la que decida el destino de la vida en el planeta. Puede que nuestro exceso de confianza sea producto de que “la selección natural lleva decenas de miles de años sin operar sobre las poblaciones humanas. Quienes afirman en sentido contrario no comprenden sus mecanismos básicos. El hombre ha acabado con los procesos que impulsan la selección: nuestras armas han eliminado los depredadores, el desarrollo agrícola ha relegado el hambre al pasado”.

Como buen libro de ficción especulativa me hace plantear un montón de preguntas: ¿ha sido la inteligencia un rasgo exclusivo del homo sapiens? (se que los delfines, los cuervos y los pulpos también demuestran inteligencia, se comunican entre ellos y manipulan herramientas, pero entendiendo la inteligencia, además, como la capacidad de manipular y adaptar el entorno donde se vive); ¿es la inteligencia la adaptación evolutiva definitiva o, llegado el momento, ésta podrá menguar y regresaremos al cobijo de los arboles? ¿La posthumanidad será como tantas veces nos la ha mostrado la ficción – singularidad incluida- (tengo fresco el recuerdo de la trilogía de la Edad de Oro de John C. Wright o la de las Zonas del Pensamiento de Vernor Vinge) o se recreará el escenario de hace 40 millones de años?

A la final, “La inteligencia es muy costosa” y podemos empezar a carecer de recursos.

Si les interesa, lo pueden leer acá.

jueves, marzo 10, 2016

Last and First Men

¿Cuándo y cómo alcanzaremos las condiciones que puedan desencadenar la nueva caída de la civilización? Quisiera ser optimista y pensar que todo irá a mejor y que el progreso y las expectativas de vida se extenderán a lo largo y ancho del mundo, que alcanzaremos las estrellas y en pocos siglos seremos una civilización tipo II (O III). Después de leer esta entrada a menudo me preguntaba si la civilización volvería a colapsar a nivel preindustrial: no un apocalipsis bíblico, tan popular en el cine, sino algo más ligero: una nueva caída del Imperio Romano. Pensaba que, por cuenta de las redes de comunicaciones, la relativa globalización del conocimiento y de la presencia de alguna universidad o biblioteca en todos los países del mundo, rápidamente recuperaríamos el nivel de la actual civilización. Optimista. Después, leí a Olaf Stapledon.

Stapledon publicó su primera novela, Last and First Men, en 1930: antes de internet, la carrera espacial, la Guerra Fría y la Segunda Guerra mundial. Antes, incluso, que Szilárd desarrollara el concepto de reacción en cadena. Mediten sobre eso: antes de que supiéramos un montón de cosas que ahora sabemos. Como parte de la unidad de ambulancias Británicas vio en persona los horrores de los campos de batalla franceses y belgas durante la Primera Guerra Mundial. Tal vez en Somme o en Verdún. Esto es importante porque, en Last and First Men, a menudo las civilizaciones desaparecían por cuenta de la guerra química y biológica –extraña encontrar que la guerra nuclear no es el factor de extinción de la humanidad. Sin embargo las pestes, la guerra y los fenómenos geológicos y astronómicos no conseguían liquidarnos  y de los remanentes de la civilización anterior surgía, eones después, una nueva humanidad. A menudo, sin conciencia de su origen. Y así durante los próximos 2.000 millones de años, hasta que agotamos las morfologías probables: voladores, nadadores – recordé el Galápagos de Kurt Vonnegut, escrita 55 años después- macrocefálicos, gigantes, pigmeos y, en varias ocasiones, lanzados a los abismos del espacio.

Claro. Ahora sabemos que, en sólo 800 millones de años toda la vida multicelular de la tierra desaparecerá. Pero aún no nos preocupemos.

El libro sigue una línea cronológica desde el apogeo y la decadencia de la primera humanidad – la cual seriamos nosotros- hasta la decimoctava humanidad. Y a lo largo del libro comete imprecisiones producto, justamente, de todo lo que no se sabía en su época: la evolución de nuestra estrella, la atmosfera de Venus, el efecto invernadero producto de la quema de combustibles fósiles. Culpa mía, esperar rigurosidad científica en un género que se publicaba en revistas pulp. O el vivir en una época en la que, hasta la ficción cinematográfica taquillera procura respetar las leyes de la física.

Pero, no por nada, Arthur C. Clarke y Stanislaw Lem fueron influenciados por este libro. Porque hace preguntarse por el futuro; no este futuro de Iphones y descubrimiento de ondas gravitatorias, sino todo el tiempo que trascurrirá desde nuestra muerte hasta que el  sol se trague a la tierra, o el universo colapse en una nueva singularidad y alcance el punto máximo de entropía. El futuro inconmensurable.